lunes, 30 de enero de 2012

La historia de Cipriano el Mago




CIPRIANO: …y vos, ¡grande vanidad!,
sin estudiar, ¿sabéis tantas?
DEMONIO Sí, que de una patria soy
donde las ciencias más altas,
sin estudiarse, se saben.
CIPRIANO: ¡Oh, quién fuera de esa patria!
Calderón de la Barca, El mágico prodigioso, I Jornada, 139 ss.
Introducción
Antes de que sonaran en la civilización europea nombres como Dante, Milton, Calderón o Goethe, otros poetas de la Antigüedad Cristiana sentaron las bases sobre las que un día iban a levantarse las pavorosas imágenes del infierno, los inmortales goces del paraíso, las sobrecogedoras luchas de legiones de ángeles por el dominio del cielo o el combate por el alma humana entre Dios y el Diablo, así como la dimensión trágica que comporta todo ansia de conocimiento, la añoranza de una sabiduría superior (una prisca sapientia) divina, acaso dada al hombre en tiempos lejanos, pero perdida, quizá no eternamente para una alma superior que busque esa sabiduría sagrada a cualquier precio, incluso el de su salvación. La obra de San Efrén Sirio o la de Prudencio son notables ejemplos de cómo el cristianismo primitivo había ganado para sí los mejores talentos poéticos a finales de la Antigüedad, y cómo la religión antes prohibida era ahora generadora de cultura, capaz de formular su propias cosmovisiones con el lenguaje intelectual de la época tomado en préstamo de las escuelas paganas. La cultura antigua se había convertido.
Uno de los ejemplos más hermosos y más controvertidos para ilustrar dicha conversión de la cultura antigua al cristianismo lo encontramos en las tradiciones existentes en torno al mago Cipriano. Se trata de una leyenda cristiana nacida probablemente en el siglo IV. Narra la historia de un joven mago que se inicia en los terribles arcanos de la goetia o magia negra. Este ficticio Cipriano, confundido enseguida con su homónimo real, el obispo de Cartago, es un personaje que anticipa a Fausto, pues durante toda su vida busca la verdad y la sabiduría entre los antiguos ritos paganos avanzando de continuo en ellos hasta que finalmente conoce al Diablo mismo. En efecto, Cipriano habría sido iniciado desde su más tierna infancia en todos los misterios y arcanos de antiguos cultos prohibidos, llegando posteriormente a ejecutar acciones terribles, lo que incluye también asesinatos, no en vano el Diablo le tomó bajo su particular protección y le convirtió en su discípulo. En su calidad de brujo, llevará a cabo los más abyectos y repugnantes trabajos que se le encargaban a un nigromántico versado en materias prohibidas, de lo cual tenemos numerosos ejemplos en la Antigüedad Tardía. Entre no pocas de esas tareas especiales tales como el asesinato o provocar enfermedades en animales y personas, se encontraba –por supuesto- la seducción. Numerosas tablillas de contenido mágico contienen encantamientos para provocar el enamoramiento. También Cipriano recibe un encargo semejante de parte de un joven pagano llamado Aglaidas, enamorado y rechazado por una virtuosa Justina, joven cristiana. Como era de esperar, ninguna de las artes diabólicas ejerce influencia alguna sobre Justina, protegida por su fe. Las fuerzas del mago se acaban ante el amor y poder de evidente de Dios, y da comienzo su proceso de conversión al cristianismo, y su abandono de la falsa sabiduría.
Entre las versiones conocidas de la leyenda destaca una, puesta en verso por la emperatriz Eudocia, que es la que vamos a tratar aquí.
Personalidad de Eudocia: la conversión de la cultura antigua en su obra poética
La emperatriz Eudocia (que vivió entre 400-460 d. C.) había nacido en Atenas con el nombre pagano de Atenais, sus progenitores habían querido honrar así a la divina patrona de la ciudad, la diosa virgen Atenea. Su padre había sido el filósofo Leoncio, quien ostentaba la cátedra de sofística en Atenas. Las circunstancias de su conversión al cristianismo, relacionadas con un ventajoso matrimonio con Teodosio II, han despertado, por desconocidas, no pocas suposiciones. Era una ateniense culta, formada en la paideia clásica y en el neoplatonismo imperante, así como en el respeto a las tradiciones antiguas. En su círculo, Atenas era aún una escuela para Grecia, al igual que todavía seguía siéndolo para muchos cristianos cultos, como Sinesio de Cirene (cf. Epíst. 136), siquiera sólo por el recuerdo de una venerable antigüedad que había forjado la tradición nacional griega. Y de hecho, a lo largo de la vida de la emperatriz vemos cómo brilla inequívocamente la cultura del paganismo tardío en lengua griega. La conciencia de aquel brillante pasado no había desparecido. La cultura antigua se había asimilado al medioambiente cristiano y sobrevivía en ella.
La conversión personal de Eudocia al cristianismo se debió en parte a las circunstancias de una querella familiar en torno a una herencia. Tras la muerte del padre, los hermanos se disputaban entre sí el patrimonio paterno excluyendo del mismo a la todavía pagana Atenais, que en medio de la catástrofe doméstica que vivía optó por abandonar su ciudad natal. Buscó la protección de un familiar, que la puso en conexión con Pulqueria, la poderosa e influyente hermana de Teodosio II. Enseguida empieza al mismo tiempo su fortuna y su leyenda, porque entró a formar parte del círculo de las damas de corte y así logra acceso al mismo emperador. En su vida se mezclan a partir de este instante detalles novelescos. El mismo Teodosio se habría enamorado de ella al contemplarla furtivamente detrás de una cortina. En junio del año 421 Eudocia, ya bautizada, se casó con el emperador, al cual le dio una hija un año después: Licinia Eudoxia (que fue emperatriz del Imperio Romano de Occidente tras su matrimonio con Valentiniano III en 437).
En 422 pudo haber escrito un panegírico en honor de Teodosio, con motivo de los éxitos obtenidos contra los persas, esta habría sido la primera manifestación del arte poético de la emperatriz, si realmente lo hubiera escrito, de lo cual no hay plena certeza. El año siguiente recibió el título de Augusta y emprendió un viaje de peregrinación a Tierra Santa. Poco o nada sabemos de los acontecimientos que luego la rodearon. Sí debieron de ser lo suficientemente problemáticos (se ha pensado en posibles acusaciones de adulterio, o conspiraciones que la relacionaban con el magister oficiorum Paulino, adornadas con detalles fantasiosos cuya veracidad difícilmente puede establecerse) como para que fuera enviada de nuevo a Jerusalén, ya no como peregrina sino como desterrada (si bien no había sido desprovista de la dignidad imperial). No volvió más a Constantinopla ni aún después de la muerte del emperador. Lejos de apaciguar su ánimo en su confinamiento de Jerusalén, se vio complicada con nuevas discordias. Tras la muerte accidental de Teodosio II, su hermana Pulqueria se había casado con Marciano, de manera que este general fuera elevado a emperador otorgándole cierta legitimidad dinástica. Ambos promovieron junto con el Papa León, la celebración de un concilio en Calcedonia el año 451 para condenar la herejía monofisita, la cual había se había extendido por Egipto, Siria y Palestina, precisamente donde se encontraba Eudocia, y que inmediatamente había partido por ella. La familia imperial y el Papa León trataron de convencerla para que abandonara el monofisismo, logrando que regresara a la fe ortodoxa en 455[1].
Pese a lo tumultuoso de su existencia en Jerusalén, parece que allí se desarrolló la mayor parte de su obra poética, entre ellas el De Sancto Cypriano. En efecto, durante su destierro en Jerusalén continuó escribiendo obras de contenido religioso por más que en su forma exterior todavía respondían a formas paganas. Al parecer escribió hasta un total de seis obras. Se le atribuye una paráfrasis poética de los primeros ocho libros del Antiguo Testamento, así como de las profecías de Daniel y Zacarías, además del mencionado panegírico dedicado a su marido con ocasión de la victoria contra los persas, un discurso pronunciado ante el pueblo de Antioquía (donde quizá escuchara por primera vez la leyenda de Cipriano ya que la ciudad era el escenario de los acontecimientos), una vida de Cristo en hexámetros homéricos, y finalmente la Confesión de San Cipriano. Focio, patriarca de Constantinopla a mediados del siglo IX, da por seguro que Eudocia había escrito las dos metáfrasis y el poema de Cipriano. Solo el historiador Sócrates (Historia Eclesiástica, VII, xxi, 47) menciona que hubiera escrito también el panegírico en honor a su marido, y como no se conoce fragmento alguno del poema, se ha puesto en duda de la autenticidad de esta obra[2]. El centón homérico sobre la vida de Cristo podría haber sido una reelaboración de una obra anterior, atribuida a un obispo llamado Patricio, y no sería propiamente una obra atribuible a Eudocia[3].
Cipriano hasta su encuentro con Justina
Parece que fue durante su destierro, de tanta agitación para la depuesta emperatriz, cuando ejercitó su talento literario versificando la tradición cristiana sobre Cipriano, el mago que había accedido al Diablo para hacer suyo un conocimiento que consideraba superior, aunque ello significara enredarse en horrendos rituales goéticos. Sólo el amor puro de la cristiana Justina, que se mantuvo firme ante sus ataques, pudo redimirle al fin y encuentra finalmente en Cristo la sabiduría que tanto había añorado. Salta a la vista que la leyenda constituye el ejemplo más temprano conocido de la leyenda de Fausto[4].
La historia se concentra, efectivamente, en los esfuerzos del mago Cipriano, por atraerse con malas artes a la bella Justina y seducirla para beneficio del joven Aglaidas, cliente que había solicitado los perversos servicios del mago, sin embargo todo es en vano, pues Justina repele con su fe todos los ataques. El poema de Eudocia no nos ha llegado completo, pero en parte se puede reconstruir su argumento gracias a Fotio (Biblioteca 184). Además Eudocia empleó también fuentes preexistentes (la Conversio Cypriani, la Confessio Cypriani y el Martyrio Cypriani[5]).
El argumento muestra a una Justina que vivía feliz como cristiana en compañía de sus padres. Un joven pagano de nombre Aglaidas se había enamorado de ella. Para conseguirla había requerido los servicios de un mago, circunstancia que como sabemos por numerosas noticias, era algo que solía ocurrir[6]. La hermosa y virginal Justina únicamente con la sencillez de su fe y con el signo de la cruz logra rechazar las asechanzas del mago[7]. Entre tanto también Cipriano se enamora de Justina y el Diablo se ve impotente para liberarle de ese sentimiento de amor. Entonces Cipriano advierte por primera vez que ha vivido equivocado, y renuncia al Diablo a cuyo servicio había dedicado su existencia entera. Ante el temor de que Cristo no le perdone, según le había amenazado el Diablo, el mago arrepentido hace una confesión detallada de sus pecados y acaba reconociendo nefandos crímenes, como el asesinato de personas para ofrecérselos a Plutón y Hécate, o la ofrenda de sangre de mujeres vírgenes a Atenea, y que había sacrificado ancianos en honor de Saturno y Marte. No de otro modo había logrado la ayuda de innumerables espíritus maléficos (como se suponían que hacían los brujos), y finalmente, había conseguido acceder al mismo Satán. Por la gravedad de sus pecados, Cipriano desesperaba de lograr la salvación de su alma, a lo que el anciano Eusebio, sacerdote bajo cuya protección se había puesto, le infundió ánimos recordándole misericordia de Dios, y mencionado incluso a San Pablo, que había sido también un perseguidor de cristianos antes de su conversión; no parece gratuita la mención hecha aquí del apóstol de los gentiles, sino ciertamente deliberada teniendo en cuenta que después de servir al Diablo, Cipriano convertirá a muchos a la religión de Cristo. El desventurado brujo se arroja entonces en los brazos del venerable y anciano Eusebio. Al día siguiente Eusebio y su hijo marchan con un arrepentido Cipriano a la iglesia. Los sacerdotes y los presentes entonan el aleluya. El mago anuncia entonces que quemará sus diabólicos libros de brujería al día siguiente. Cuando Justina se enteró de lo sucedido, inicia una especie de consagración monástica y se corta los cabellos; vende su dote y regala lo que le habían dado por ella a los pobres, iniciando el camino de la virginidad definitiva. El antiguo enamorado de Justina, Aglaidas, se convierte también al cristianismo y renuncia al Diablo. Cipriano imita asimismo a Justina y reparte sus bienes entre los pobres para permanecer junto a Eusebio y recibir el bautismo cristiano. Finalmente, incluso predicó y convirtió a muchos hasta la llegada al poder de Diocleciano, momento en que él y Justina alcanzaron el martirio. Esta hermosa leyenda es portadora de no pocos lugares comunes de la literatura cristiana de la época. En primer lugar, las menciones a la brujería y al demonismo, los pormenores de la actividad goética, la representación del Demonio como monarca, y su derrota final por el verdadero Dios, poseedor de una sabiduría más alta.
Los caminos del mal y cuantas cosas se ven en ellos
También en la leyenda de Cipriano se mencionan los lugares en los cuales el mago fue ejercitándose en la goetia En tanto que Cipriano había estado iniciándose en las artes demoníacas, había logrado ver de cerca innumerables secretos y arcanos que sólo estaban al alcance de los iniciados en semejantes ritos de corte goético, de magia negra, lo que le daba una dimensión tenebrosa y aterradora. En efecto, cuando todavía Cipriano dudaba de que Cristo le fuera a perdonar todas sus maldades, el mago confesó ante su atónito auditorio cuantos lugares, altares y santuarios había visitado para convertirse en un gran brujo y lograr su objetivo final, que no era otro que tratar personalmente al Diablo. Estos lugares configuran una especie de geografía demoníaca o del mal en el siglo V, lugares de iniciación demoníaca, que coinciden con los focos de sabiduría antigua del paganismo, lugares como Atenas, Egipto o Caldea. Estos célebres lugares del mundo pagano antiguo habían ido enriqueciendo el particular proceso formativo de Cipriano, que era pagano y ateniense de origen, como lo había sido Eudocia.
En Atenas es iniciado por sus padres y consagrado ya en la cuna a Apolo. Como primer acto juvenil en busca de la sabiduría ancestral figura una subida al monte Olimpo, aquí Cipriano es una especie de Moisés pero a la inversa, en lugar de ver a Dios verá los demonios del aire que se habían ido presentando ante él: “Vi las Horas y el enjambre de los vientos… vi la multitud de espíritus en lucha… vi a todos los dioses y diosas, pues más de cuarenta días pasé allí” (De Sancto Cypriano, 24 y ss.), son cuarenta días como Cristo en el desierto, pero el resultado de esos cuarenta días no podía ser más distinto[8]. El joven mago prosigue entonces su viaje y su iniciación. En Argos se hace sacerdote durante la fiesta de Eos, allí se adentra en los secretos del cosmos. En Esparta conoce el culto a Artemis, y se familiariza con la naturaleza de las cosas y la variedad de piedras y metales. En Frigia aprende adivinación y cuanto tiene que ver con las predicciones (vuelo de las aves, ruidos de objetos, revelaciones de los muertos). Se trata de menciones fascinantes a cultos y saberes prohibidos, un verdadero catálogo de ritos mágicos considerados malvados o de inspiración demoníaca.
Pero es, sin duda, en Egipto donde encontraremos las menciones más fascinantes. Continuando su viaje se presentó ante los egipcios en Menfis. Fue allí donde el mago consiguió ver, en un paso más hacia su diabólica iniciación, cómo actuaban los vicios y qué aspecto tenían realmente estos seres (De Sancto Cypriano, v. 120-169). Pocas veces se hace tan palpable con tanta claridad en la literatura antigua la tendencia al símbolo y la alegoría que habían empezado a hacerse notar desde el siglo III d. C. Aunque su lenguaje todavía pertenece a las formas poéticas antigua, pues Eudocia emplea el hexámetro y tiene referencias claramente homéricas, lo cierto es que este poema, anuncia el mundo simbólico y altamente espiritualizado de la Edad Media, en donde las alegorías alcanzarán una dimensión antropológica al igual que por ejemplo le ocurre a la Psicomaquia, de Aurelio Prudencio (348-405), que pese al lenguaje virgiliano, anuncia el simbolismo de un mundo nuevo[9].
Entre los primeros males que contempla el mago se encuentran la Mentira y la Lujuria: “Allí vi a la repelente forma de la Mentira, la astuta, La Lujuria, cubierta de vergüenza y trina: Sanguinolenta … igual al esperma y a la bilis”. Acto seguido aparece la temible Ira, acompañada del seductor Engaño: “y vi la matriz de la Ira: alada, violenta, bestial. Vi el Engaño, que con dulces palabras seduce”. El “Odio inmisericorde” es ya un símbolo en estado puro, pues forma es “oscura y ciega”, pero “tiene cuatro ojos detrás del cráneo”, con lo que “su mirada evitaba la mirada resplandeciente de brillante luz”. No acaba aquí la monstruosidad del Odio, pues “miles de pies, de horrible visión, salían directamente de su cabeza”, ya que no tiene entrañas.
Los Celos y la Envidia son vicios igualmente repugnantes, si bien “la Envidia maldita tiene una lengua similar a una pala”, mientras que la Perversidad es “flaca como un cadáver” y tiene “innumerables ojos”. Pero especialmente llamativo y monstruoso es el demonio de la Gula: “Vi el demonio de la Gula con mandíbulas en pecho y espalda – devorando guijarros y dura tierra y carne en abundancia”. La Avaricia es calificada de “ladrona”, y su aspecto es también lamentable y desmejorado por sus apetencias jamás colmadas, sus ojos delatan ese estad permanente de ansiedad. Tampoco se silencia la monstruosa fealdad de la Vanidad: “de alegre carácter, sin embargo gorda de cuerpo, pero carente de blancos huesos”. El culto a los ídolos, la temida Idolatría, aparece también “extendiendo sus alas y ensombreciendo el mundo”. La falaz Hipocresía, la Calumnia “de larga lengua”, la Necedad, “de cabeza diminuta” completan esta terrible visión.
Después de abandonar Egipto, todavía ha de ir a Caldea (De Sancto Cypriano, 180 s.) para aprender astrología, y allí llega el momento culminante de su formación, está alcanzando los treinta años, edad ciertamente simbólica y abandona “la tierra de los hombres oscuros [dirigiéndose] a la antiquísima ciudad de los caldeos. Aquí quería aprender los movimientos del cielo y sus reglas fijas”. Es aquí, ciertamente, donde conoce la naturaleza de los astros, seres dotados de razón e inteligencia. Es aquí donde logra Cipriano la máxima perfección de sus conocimientos mágicos, pues aquí es donde va a conocer al Diablo en persona, que se presenta ante él cual emperador romano, con su trono custodiado por una guardia de lanceros, tocado de una diadema radiada de estrellas, su presencia era magnífica y la tierra temblaba a su paso. El Diablo, que le conoce, le llama por su nombre, y acaba completando su formación. Ya es un brujo completo, ya está en condiciones de hacer uso de todo su poder (De Sancto Cypriano, 296 s.): “Abandoné la tierra de los persas y llegué a Antioquía, la gran ciudad de los sirios; aquí perpetré muchos prodigios en brujería y magia demoníaca”. Sin embargo, como sabemos, era en Antioquía donde le aguardaba un destino inesperado.
Entre dos orillas
Cipriano emprende un viaje de iniciación en el conocimiento, semejante a una épica individual en la que se trata la historia de su salvación, de manera que esta obra no sólo adelanta el mito moderno de Fausto, sino que recuerda asimismo a la Divina Comedia. Su viaje de búsqueda empieza tempranamente, en la infancia y a instancias de los padres que le consagran a los cultos atenienses. Después irá de manera progresiva conociendo todos los arcanos a lo largo de un viaje que no sólo es geográfico, sino también sapiencial. Cada etapa, cada paso de su periplo representa un grado más en su terrible iniciación demoníaca. Pero sin duda, de entre todo ello, destaca la parte de su iniciación que tiene lugar en Egipto (recordemos que también Cristo viajó a Egipto), donde realidades espirituales e intangibles adquieren una apariencia visible y grotesca, y donde pasan ante él las formas visibles de todos los vicios y males que atormentan al género humano. Se trata de un pasaje profundamente alegórico, más aún cuanto que Cipriano nos habla de él ya desde una perspectiva cristiana. Las explicaciones que el compungido brujo da reflejan el ambiente cultural que prepara el triunfo del simbolismo y la representación alegórica en los siglos siguientes. Es el ambiente que también ha propiciado las representaciones análogas de Prudencio, cuyo rastro se sigue sin dificultad hasta el arte medieval, como por ejemplo en el manuscrito de la Psicomachia del monasterio de Sant Gall, ss. X- XI o resultan asimismo evidentes en el Ordo virtutum de Hildegarda de Bingen. El símbolo se emplea como elemento descriptivo y como categoría de verdad, logra fijar mediante figuras y alegorías la calidad real de lo que no son originariamente sino representaciones figuradas de realidades morales. Toda esta simbología responde a una nueva forma nueva de creación cultural, en la que entran en juego una nueva cosmovisión sobre las ruinas físicas de los santuarios paganos de la Antigüedad cuyo itinerario recorre Cipriano.
Pero contemplar las formas de los vicios, enemigos mortales del alma “que persiguen acoplarse al hombre” por afinidad a la calidad moral de este, no es ni mucho menos la parte final de su iniciación, es un paso intermedio. El marco elegido para representar todo esto ha sido el de un viaje legendario, semejante al de los sabios de la Antigüedad como por ejemplo Apolonio de Tiana, y el viaje continúa hasta el país de los caldeos, alcanzando su aparente final con la manifestación del Diablo en lo que podría ser una forma sui generis y demoníaca de aretología. Pues Cipriano cuando ha pasado de los treinta años busca a la divinidad y la divinidad se presenta ante él mostrando toda su grandeza y poder, la divinidad le llama por su nombre y le muestra su poder, poder que luego Cipriano conoce como irrelevante frente al Dios celestial, pero que de momento se le presenta como el único posible y más alto. El Diablo gobierna el mundo, quizá haya aquí un eco del demiurgo gnóstico[10]. Cipriano se presenta en Antioquía ya convertido en instrumento del mal, cree que su viaje ha terminado, pero aquí comienza otro distinto, más iniciático aún que el anterior, y esta vez sin salir de la ciudad. Cipriano continúa caminando hacia el conocimiento de Dios. Antes de acceder a Él gracias a la bondad de Eusebio y de Justina, es cierto que se pierde entre el culto a los ídolos, la magia y los misterios de los dioses y demonios. Pero eso también es una vía de conocimiento, porque finalmente se revela malvada y engañosa, y Cipriano sigue siendo un hombre que busca y que finalmente encuentra a Dios.
No deja de ser significativo que esta leyenda cristiana haya sido versificada por una emperatriz ateniense y conversa, como Cipriano. Son pocas cosas las que conocemos bien de la vida de Eudocia, y no todo resiste el examen crítico convencional de los historiadores, son muchas las circunstancias inventadas o embellecidas. Es verdad que su agitada relación con la familia imperial, así como su posterior caída en desgracia y destierro en Jerusalén durante el resto de sus días, han contribuido a forjar una aureola romántica de heroína desventurada, sin embargo su obra muestra una fase más de la conversión de la cultura antigua al cristianismo, muestra el hecho de que ya se ha abandonado el mundo antiguo aun cuando todavía no se ha desembarcado en la otra orilla del medievo. Los versos de la emperatriz Eudocia, con evidentes ecos homéricos, abordan preocupaciones nuevas sobre el destino de la humanidad y en la lucha de esta por la salvación. El medioambiente del que nacen es perfectamente visible, es el suelo del mundo antiguo, cuyos senderos recorre un mago tenebroso y temible, que sin embargo aún no sabe que será un santo al acabar su viaje.

[1]Cf. Malalas: Chronographia, ed. DINDORF, Bonn 1831; repr. en P.G., XCVII, 9-790, pp. 353-358.; Sócrates, Historia Eclesiástica, VII, xxi, 47; Wiegand, W., Eudoxia [sic], Gemahlin des oströmischen Kaisers Theodosius III, Worms, 1871; Gregorovius, F., Athenaïs Geschichte einer byzantinischen Kaiserin, Leipzig 1892 [trad. española Atenais, ed. Herder, Barcelona, 2009.; Diehl, C.,: “Athenaïs” en su obra Figures Byzantines, París, 1906.
[2]Cf. Bevegni, C., ‘Per una nuova edizione del De Sancto Cypriano dell'imperatrice Eudocia. Primi passi.’ FuturAntico 1 (2003), 29-46; Bevegni, C. 'Sui modelli del De Sancto Cypriano dell' imperatrice Eudocia.' en: Eugenio Amato, Alexandre Roduit & Martin Steinrück (ed.), Approches de la Troisième Sophistique. Hommages à Jacques Schamp, Bruxelas 2006, Latomus, (Collection Latomus 296), 389-405; Mc Gill, S., Virgil Recomposed. The Mythological and Secular Centos in Antiquity, Oxford 2005; Pralon, D. , ‘Les centons homériques sur la Nativité, attribués à l'impératrice Eudocie-Athénaïs.’ en: Gilles Dorival & Jean-Paul Boyer (eds.), La Nativité et le temps de Noël. Antiquité et Moyen Âge, Aix-en-Provence, 2003, Publications de l'Université de Provence, Textes et documents de la Méditerranée antique et médiévale), 133-155; Schembra, A, R., ‘I centoni omerici on line e su cd-rom. Alla scoperta dei rapporti di intertestualità con Omero e i Vangeli.’ en: Homère virtuel. Pour un Compagnon électronique aux études homériques. Colloque organisé par le Centre de recherches Homériques (Université Stendhal, Grenoble 3) du 20 au 22 novembre 2002 = Gaia 7, 425-37; Schmebra, A.R., La prima redazione dei centoni omerici. Traduzione e commento, Alessandria 2006: Edizioni del'Orso, (Hellenica 21). viii, 652.; Sowers, B. Eudocia. The Making of a Homeric Christian, Diss. university of Cincinnati, 2006.
[3] Wilson-Kastner, P., et al., A Lost Tradition. Women Writers of the Early Church, Nueva York-Londres 1997, 140.
[4]Cf. Patricia Wilson- Kastner, loc.cit. 135-171; Zahn, T., Cyprian von Antioch und die deutsche Faustsaga, Erlangen 1882; Sambursky, S., The Phsyical World of the Greeks, Londres 1963; Sabatini, T. A., “S. Cipriano nella tradizione agiographica”, en Rivista de studi classici XXI, 1973, 183-204; Eudocia, De Sancto Cypriano, en Angelino, C., y Salvaneschi, E., (eds.), Testi e Studio di storia e filosofia del linguaggio religioso Génova, pp. 11-80.
[5] cf. Zahn, op.cit,, 1-69.
[6] Numerosos ejemplos en Luck, G., Arcana Mundi: magia y ciencias ocultas en el mundo griego y romano, Madrid 1995.
[7] De manera similar a como se defiende Antonio de la Tebaida, v.Beatrice, P. F., “La croix et les idoles d’après L’Apologie de Athanase Contre les païens”, en Antig.Crist. VII (Murcia) 1990, 159-177, concretamente 168 s.
[8] Los demonios volátiles que infestan los aires son legión a finales de la Antigüedad, v. Harrauer, Ch., Hunger, H., art. “daimon”, en Diccionario de Mitología griega y romana, Barcelona 2008, p. 208.
[9] Engelmann, U., Die Psychomachie des Prudentius, Basilea-Friburgo-Viena, 1958; Rapisarda, E., Prudenzio. Psychomachia, Catania, 1962; Rivero García, L., Prudencio, Obras, vol. I, ed. Gredos, Madrid 1997.
[10] Lerza, P., “Dio e Anti-Dio: il Demone-Demiurgo nel S. Cipriano di Eudocia”, en Angelino, C. & Salvanesci, E., loc. cit., 81-99.