Pese al rechazo –sobre todo ideológico lo que en este país es como decir supersticioso- que muchos sienten por la filosofía y la historiografía decimonónica española, lo cierto es que hubo pensadores en este país cuya obra resultaba plenamente coherente con las corrientes europeas de su tiempo y que haríamos bien en no condenar al olvido o al desprecio, porque muchos de los que así obran- ya sea por soberbia o por ignorancia- no están en realidad, ni lejanamente, a la altura científica ni metodológica de los autores que tanto repudian.
Uno de los pensadores que merece la pena recordar fue Jaime Balmes (1810-1848). Su obra es filosófica y no fue propiamente un historiador. Sin embargo, no son pocas las alusiones a la historia que encontramos en su trayectoria. La agitada situación en España y el ambiente de guerra civil y revolución le hicieron reflexionar hondamente sobre cuestiones políticas e históricas de la vida nacional. Encendido defensor de la monarquía católica, también se interesó por la cuestión social y fue uno de los primeros estudiosos españoles en utilizar científicamente la estadística, lo que le convierte en un precursor de la moderna sociología. Así, por ejemplo, en su obra La civilización plantea la estadística como forma positiva de establecer la verdad de los hechos.
Creemos que, por lo común, se da sobrada importancia a los hechos que se presentan en la superficie de la sociedad, y se prescinde de los que se verifican en su fondo. Los trastornos de los gobiernos, las guerras, el engrandecimiento decadencia de los imperios, se explican demasiado por causas políticas, o por la influencia de ciertos hombres; si se calara más hondo en el corazón de la sociedad, se encontrarían otras causas más profundas, y sobre todo, más naturales y sencillas. El primer estudio preparatorio que a nuestro juicio debiera hacerse en la historia, es la investigación de los datos que pusieran de manifiesto el vivir de los pueblos; entendiendo por esto el formar una estadística, tan exacta y minuciosa como fuera posible, no tan solo de su estado intelectual y moral, de las relaciones de familia, de su religión, de sus leyes, usos y costumbres, sino también, y muy particularmente, de cuáles y cuántos eran sus medios de subsistencia.
Demostró un gran interés por cuestiones exclusivamente metodológicas, y por los medios que el historiador tenía a su alcance para poder establecer la verdad de los hechos, o por lo menos una reconstrucción verosímil de los mismos, cosa que tenía en común con los grandes historiadores de su siglo. El Criterio (1845) es una interesante obra balmesiana que se ocupa esencialmente de los fundamentos básicos para alcanzar el conocimiento. En ella – y más allá de la aparentemente sencilla filosofía del sentido común de la que algunos le acusan- hay menciones a cómo el historiador debe proceder frente a la información que extrae de sus fuentes y cómo puede discriminar lo verdadero de lo falso, cómo puede, a partir de las innumerables informaciones, elaborar un discurso verdaderamente histórico. En el capítulo XI, § III ofrece algunas reglas para el estudio de
Regla 1: es preciso atender a los medios que tuvo a mano el historiador para encontrar la verdad y las probabilidades de que sea veraz o no
Regla 2: en igualdad de circunstancias, es preferible es testigo ocular
Regla 3: entre los testigos oculares, es preferible el que no tomó parte en el suceso y no ganó ni perdió en él.
Regla 4: el historiador contemporáneo es preferible, teniendo empero el cuidado de cotejarle con otro de opiniones contrarias.
Regla 5: los anónimos merecen poca confianza
Regla 6: antes de leer una historia es muy importante leer la vida del historiador
Regla 7: obras póstumas publicadas por manos desconocidas, son casi siempre apócrifas.
Regla 8: desconfianza ante obras basadas en memorias secretas y papeles inéditos, manuscritos.
Regla 9: negociaciones ocultas, anécdotas, deben ser tomado con desconfianza.
Regla 10: tratándose de pueblos antiguos o muy remotos preciso dar poco crédito a cuanto se nos refiera.
Dada la naturaleza de la obra, centrada en el recto modo de acceder al conocimiento, las observaciones son sobre todo de índole metodológica y no puede sorprender que la mayor preocupación balmesiana sea la cuestión del acceso del historiador a la verdad objetiva, el establecimiento positivo de los hechos, la reconstrucción exacta de las cosas como han sido realmente, y cómo habrían de separarse las impurezas o ganga del mineral, las noticias falsas de las verdaderas. Su deseo de acceder a los testimonios directos, le lleva a preferir en la investigación histórica la contemplación del objeto real, del monumento propiamente dicho, ya sea dicho monumento, ya se trate de un objeto material, como puede ser una moneda o una estatua, ya sea una obra literaria salida de la época que se pretende conocer.
Así en el capítulo XX, titulado Filosofía de
Preciso es leer historias, y, a falta de otras, debe uno atenerse a las que existen; sin embargo, yo me inclino a que este estudio no basta para aprender la filosofía de
Pero este trabajo, se me dirá, es muy pesado, para muchos imposible, difícil para todos. No niego la fuerza de esta observación, pero sostengo que en muchos casos el método que propongo ahorra tiempo y fatigas. La vista de un edificio, la lectura de un documento, un hecho, una palabra, al parecer insignificante y en que no ha reparado el historiador, nos dicen mucho más y más claro, y más verdadero y más exacto, que todas sus narraciones.
Un historiador se propone retratarme la sencillez de las costumbres patriarcales: recoge abundantes noticias sobre los tiempos más remotos y agota el caudal de su erudición, filosofía y elocuencia para hacerme comprender lo que eran aquellos tiempos y aquellos hombres y ofrecerme lo que se llama una descripción completa. A pesar de cuanto me dice, yo encuentro otro medio más sencillo, cual es el asistir a las escenas donde se me presenta en movimiento y vida lo que trato de conocer. Abro los escritores de aquellas épocas, que no son ni en tanto número ni tan voluminosos, y allí encuentro retratos fieles que enseñan y deleitan.
Monumentos, como los monumentos arqueológicos, pero también literarios o epigráficos, pero también literarios como los que reflejan las épocas de bardos, poetas y patriarcas, en ese sentido no hace sino continuar con el lugar común del romanticismo y la literatura europea que valoraba sobremanera a Homero y
Esto nos lleva necesariamente a algo que muchos supuestos especialistas olvidan recomendar a sus alumnos en clase: la pluralidad de lecturas, así en el § III Aplicación a
Son muchos los historiadores del entendimiento; pero si se desea saber algo más que cuatro generalidades, siempre inexactas y a menudo totalmente falsas, es preciso aplicar la regla establecida: leer los autores de la época que se desea conocer. Y no se crea que es absolutamente necesario revolverlos todos, y que así este método se haga impracticable para el mayor número de los lectores: una sola página de un escritor nos pinta más al vio su espíritu y su época que cuanto podrían decirnos lo más minuciosos estudios.
Leer los autores es conocer las fuentes, así se expone en § IV Ejemplo sacado de las fisonomías
En las obras críticas se nos ofrecen extensas y tal vez exactas descripciones del estado del entendimiento en tal o cual época, y, a pesar de todo, no la conocemos aún; si se nos presentases trozos de escritores de tiempos diferentes no acertaríamos a clasificarlos cual conviene, y nos fatigaríamos en recordar las cualidades de unos y de otros, pero esto no nos evitaría el caer en equivocaciones groseras, en disparatados anacronismos. Con mucho menos trabajo saliéramos airosos del empeño si hubiésemos leído los autores de que se trata, quizá no disertaríamos con tanto aparato de erudición y crítica, pero juzgaríamos con harto más acierto.
Ante todo la vivencia propia, individual, personal, intransferible e insustituible, el ir a los hechos mismos, sin dejarse guiar por las experiencias ajenas, sino por las propias vivencias. Uno debe ver por sí mismo. Hay que ver con los propios ojos y no con instrumentos extraños o autores intermedios; no en vano se critica una erudición vanamente ilustrada –la cultura de la nota a pie de página-, que describe pero no demuestra nada, que traza esquemas pero que no desciende a los hechos ni conoce a las personas protagonistas de los mismos ni sus motivaciones.
Probablemente donde deja entrever más sus concepciones de
En 1595 el padre Mariana publica una obra para la época científicamente solvente, y valiente, desde el punto de vista de la conciencia:
El problema de la moral es una constante, no basta con la inteligencia, con la intelectualidad, hay que buscar algo más. En otro de los escritos de Balmes, que lleva por título La civilización, diserta sobre qué debe entenderse realmente bajo el término civilización, qué es, qué cosas la conforman, qué es lo que tiene preeminencia, dónde queda la instrucción pública. En este ensayo se pasa revista a las grandes civilizaciones de
Para Balmes es mucho más grave cuando no coincide la inteligencia elitista con la inteligencia popular. Es importante consignar que según nuestro autor la alta literatura no refleja la verdadera situación de un país, su brillantez puede no ser sino un cortinaje que oculta el lecho de un moribundo. Así, la preeminencia de
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