lunes, 24 de enero de 2011

EL GRAN REY PERSA VISTO POR EL MUNDO GRIEGO



Manel García Sánchez: El Gran Rey de Persia. Formas de representación de la alteridad persa en el imaginario griego (= Col.lecció Instrumenta; 33), Barcelona: Universitat de Barcelona 2009, 463 pp., ISBN 978-84-475-3410-4, EUR 50,00*

El objetivo de Manel García en el libro que comentamos a continuación es mostrar la forma que tuvieron los griegos de representarse a los persas. Los griegos desarrollaron una creciente imagen negativa de los persas – como quintaesencia del mal por definición y de todos los vicios imaginables- en el marco de las continuas hostilidades entre ambos pueblos. Tanto griegos como romanos se veían a sí mismos como la única civilización posible y no eran capaces de imaginarse el imperio persa en términos objetivos. Los gobernantes orientales, reyes y reinas, eunucos y concubinas así como el resto de las mujeres pertenecientes a la casa del rey se representaban a menudo de manera fabulosa o estereotipada negativamente. De ahí que el mundo oriental visto a través de ojos griegos resultaba siempre algo exótico, misterioso, peligroso y decadente.

Tema central de este libro es la imagen del Gran Rey persa a la luz de la tradición griega. La problemática de las fuentes se basa primeramente en los prejuicios (22 ss.) que los griegos tenía frente al mundo que les rodeaba incluso antes de las guerras persas, cosa que ya podemos apreciar en sus relaciones con los escitas y lidios: una retórica con clara carga ideológica posibilitó el surgimiento de una identidad griega construida sobre una alteridad imbuida de un marcado carácter antipersa. Los persas fueron identificados con la barbarie, la crueldad, la debilidad y la tiranía, mientras que los griegos eran algo así como la encarnación de los ideales de libertad y cultura.

El libro consta de diez capítulos. Desde el primero de ellos, en el que se sientan las bases metodológicas (19 ss.), el lector entra en contacto con la retórica de la alteridad referida al mundo persa, que para los griegos no era sino un mundo bárbaro. En los siguientes nueve capítulos se pasa revista a los rasgos que presenta el Gran Rey persa desde el punto de vista de las fuentes griegas. Según la opinión de los autores helenos la monarquía persa era algo así como una forma degenerada de gobierno. Temprano ejemplo de ello encontramos ya en la figura del rey Giges de Lidia (60), célebre a causa de su proverbial riqueza y al que el poeta Arquíloco había calificado de tirano (Arquíloco 22 D). La posterior representación del Gran Rey persa desde el punto de vista de los griegos no podía ser de otro modo. El Gran Rey persa era la viva imagen de toda una serie de prejuicios negativos: astucia, crueldad, soberbia, lujuria, irreligiosidad y avaricia.

Con pocas excepciones el monarca persa aparecía lastrado por la hybris, asebeia, anandria y otras graves taras morales (82 ss.), así tenemos los ejemplos de Cambises I, que perpetró actos sacrílegos contra sus súbditos egipcios; Jerjes I, quien a causa de su soberbia desencadenó la decadencia de la dinastía aqueménida o Artajerjes II, considerado el símbolo mismo del afeminamiento. En todo esto M. García ve una retórica moral orientada a construir la imagen del rey. Incluso una excepción positiva como la del rey Ciro (89), juzgado positivamente por Heródoto, Jenofonte y Onesícrito (cf. asimismo Esdras 1, 7-11; 5, 14-15), había de mostrar sobre todo cómo incluso un gobernante virtuoso había de fracasar en su intento de gobernar a un pueblo de bárbaros.

Especial importancia tiene dentro de la retórica de la alteridad el papel que juegan las mujeres y eunucos de la casa imperial (177 ss.). Mujeres y eunucos se consideraban a menudo súbditos dudosos, incitadores de conjuras, y personas siempre deseosas de todo tipo de intrigas. M. García recuerda que desde el punto de vista de la tradicional misoginia griega la mujer persa fue duramente juzgada. El comportamiento sexual y el papel de las mujeres y los (no siempre castrados) eunucos se encontraban en estrecha relación. Poligamia e incesto eran consideradas formas integrantes del modo de vida persa, cuyo destino venía determinado demasiadas veces al dictado de las conspiraciones nacidas en el harén.

Existía una relación entre la desbordada sexualidad de las reyes y sus mujeres con las costumbres culinarias y los banquetes “pantagruélicos” del Gran Rey (327ss.). La gula, el gusto desmedido por el vino y el desmedido apetito de los persas, así como su inagotable gama de recetas exóticas provocaban un sentimiento de escándalo e indignación entre los griegos (334; cf Polieno, Strategika IV, 3, 32).

La crudeza de las costumbres persas hacía explicable a los griegos el ansia persa de guerra y sangre. Pero por muy crueles que pudieran ser los persas, no mostraban valentía en combate sino que eran cobardes (275 ss.), como por ejemplo Darío III frente Alejandro Magno.

La guerra o la paz podían ser una decisión arbitraria, como el caso de Darío I, que era capaz de romper hostilidades contra los griegos tan sólo porque su mujer Atosa deseaba tener siervas de Laconia, Atenas, Corinto y Argos (189, 277, cf. Heródoto III 134, 5; Eliano, Natura Animalium XI, 27).

No es difícil apreciar cómo la tradición griega fue creando una imagen retórica del mundo persa. La cuestión de una descripción objetiva de la vida y carácter de los persas no puede plantearse aquí. La evidente carencia de objetividad y neutralidad exigen que consideremos la cuestión desde otro punto de vista histórico: la historia como ideología y como retórica. Los griegos construyeron su propia identidad nacional contemplando desde un punto de vista moral su mundo circundante y confrontando artificialmente la Hélade con Persia. Lo que encontramos en las fuentes griegas no es sino una pura retórica de la confrontación con el fin de poder superar la amenazadora presencia del reino persa.

Las exhaustivas y certeras consideraciones de M. García constituyen sin duda una importante contribución en la investigación de la alteridad en el mundo antiguo. Nos muestra la retórica de la alteridad y cómo mediante ella los griegos construyeron su propio sentido de la identidad. Pero el autor persigue, asimismo, hacer explícito el punto de vista persa, como en el caso de la religión persa, que no era bien conocida por los griegos (219 ss.), cosa que hace convincentemente dado el dominio del autor no sólo de las fuentes griegas y romanos, sino también de las orientales. La cuestión de la construcción de la identidad occidental griega y la formulación de la alteridad frente a los pueblos orientales es una cuestión que goza ya de una larga continuidad en la investigación actual sobre la Antigüedad.

En la moderna historiografía española la alteridad se ha convertido en una categoría básica de investigación [1], como muestran las más modernas investigaciones sobre historia de América [2] o la Edad Media [3]. No obstante, se echa en falta un capítulo dedicado la historia de la recepción del mundo persa en la posteridad, precisamente porque M. García es un buen conocedor del tema [4]. El libro está dotado de una exhaustiva bibliografía y de unos elaborados índices onomásticos, temáticos y topográficos, cosa que convierte esta obra en una herramienta imprescindible para la investigación de las relaciones entre persas y griegos.

Notas:

[1] Cf. la monografía El otro, el extranjero, el extraño en la publicación española Revista de Occidente 140, 1993; v. asimismo los estudios fundamentales bien conocidos por M. García, como por ejemplo F. Hartog (Le miroir d'Hérodte. Essai sur la représentation de l'autre, Paris 1980) y E. Said (Orientalism, New York 1978), así como Bernal, Black Athena. The Afroasitical Roots of Classical Civilization, vol. 1, Rutgers University Press, 1987 (no citado por el autor).

[2] P. E. García, "La representación del otro. Figuras de la alteridad en la conquista de América", Investigaciones fenomenológicas: Anuario de la Sociedad Española de Fenomenología 7, 2010, 219-231.

[3] R. Bakai, El enemigo en el espejo. Cristianos y musulmanes en la España medieval, Madrid 2007, las fuentes españolas consideran a los árabes un pueblo pérfido, traidor y rebelde (24ss.).

[4] M. García, "La representación del Gran Rey Aqueménida en la novela histórica contemporánea", Historiae 2, 2005, 91-113.

José Antonio Molina Gómez

*Versión castellana del texto original alemán publicado sehepunkte 11 (2011), nº. 1 [15.01.2011], URL: http://www.sehepunkte.de/2011/01/18022.html

3 comentarios:

  1. Es interesante tener en cuenta el hecho de que, cuando Jenofonte da un retrato supuestamente positivo de la sociedad persa (en la Ciropeida), no está haciendo sino atribuirle ideales griegos (más concretamente espartanos) a los persas de la época de Ciro, en contraste con los decadentes persas de su momento (Ciropedia, VIII, 8).

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  2. Hola.
    Bienvenido a este modesto blog. Me alegra leer algún comentario aunque sólo sea de vez en cuando..
    Sí,llevas razón y además de crear una Persia espartana, por contraste está escribiendo sobre una Atenas "persificada".
    Es un caso interesante de un escritor en conflicto con su mundo y su época. Si prestamos atención al "Económico" veremos unos consejos sobre el hogar y la vida económica familiar que no están en concordancia con la época de Jenofonte. Sueña con una utopía arcaizante, es un admirador de Esparta porque Esparta misma es una reliquia viva. Incluso ha llevado una vida de héroe más allá de los confines, en el país de los persas.

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  3. Creo que podemos definir claramente a Jenofonte como un conservador que añora un mundo ya perdido. Esparta se había erigido en el gran ejemplo para los aristócratas del mundo griego, con su ideal de constitución estable -razón por la que algunos griegos mirarían con interés y envidia a la república romana- y sus tradiciones aparentemente arcaicas.
    El mundo cambiante del siglo IV no debió ser demasiado acogedor para el autor ateniense: las ciudades griegas caen en una espiral de decadencia en que otras potencias, hasta entonces menos importantes, empezaban a emerger (Tesalia primero y después Macedonia). Esparta tampoco era lo que había sido: ya en 410 a.C. se había permitido la venta de tierras, y el número de espartiatas se había reducido considerablemente. Estaba en una linea decadente que acabaría ya en época helenista.
    Jenofonte pudo refugiarse en la guerra y en la literatura. Es famosa la inspiración homérica de Alejandro en la conquista de Persia. Homero, con sus héroes que solo se preocupaban "de la asamblea y la lid" eran el ideal de ciudadano que quería Jenofonte. Platón, que también tuvo por maestro a Sócrates, defendería la posición de la política (y la guerra era parte de la política, como señala en el Protágoras) como una ciencia que exigía plena dedicación, lo cuál haya perfecta encarnación en el héroe homérico, el ciudadano ideal jenofonteo y que se encarno en los guardianes-filósofos de La República. Aún con su aparente rivalidad, Platón Y Jenofonte comparten el hecho de vivir en un mundo todavía compuesto por las poleis y sus limitaciones, cuando en la realidad, el IV fue el siglo en que surgieron las semillas primeras de los reinos helenísticos. Por otro lado, el Económico de Jenofonte podría parecer, por otra parte, un "remake" de Los Trabajos y los Días de Hesíodo. Los Recuerdos de Sócrates están basados en la moral conservadora espartana, y en la Apología, frente al Sócrates que acepta la muerte "porque puede ser un bien", tenemos a un Sócrates que decide morir ahora, cuando conserva sus facultades, que vivir una vejez decadente, lo que recuerda a la postura de varios poetas líricos como Mimnermo de Colofón. Sócrates sería quizás bien considerado por Tirteo: había combatido con valor en la guerra y enfrentado todos los peligros, no solamente los bélicos, sino también los políticos (Arginusas).
    Jenofonte realmente no era un filósofo al modo de Platón ni un historiador pleno como Tucídides o Heródoto. Era un conservador que se limitó a vivir (y escribir) según unos ideales que ya no estaban "de moda"

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